lunes, 28 de enero de 2013

Filosofía para niños: el caso español.


Félix García Moriyón

Cuando escribo estas líneas se cumplen ya más de 20 años de la presencia del programa de Filosofía para Niños en España y es mucho lo que se puede contar acerca de este largo período de tiempo en el que no ha faltado en absoluto el trabajo y durante el que hemos hecho muchas cosas entre muchas personas. Quizá sea un buen momento para realizar un cierto balance de lo realizado, valorando la actual situación y jugando un poco a futurólogos con capacidad de predecir lo que nos depara el porvenir. Como ocurre en todos los relatos, o en casi todos, es mejor empezar por el principio.

Érase una vez

España estaba ilusionada en aquellos años con su recién recuperada democracia, tras la larga noche de la dictadura franquista. Había ganas de hacer cosas nuevas  y distintas, ganas que se habían manifestado ya en los últimos años del régimen anterior, pero que entonces no había podido florecer. La educación era posiblemente uno de los campos en los que el deseo de cambio e innovación era más profundo y los movimientos de renovación pedagógica habían sido uno de los espacios en los que la gente se había agrupado para desarrollar alternativas capaces de superar lo anterior y avanzar hacia una sociedad más democrática. La educación se planteaba en esos contextos como uno de los motores del cambio social en un sentido progresista.

No es de extrañar que muerto el dictador se dieran al poco tiempo los primeros pasos para cambiar el sistema educativo. La llegada al poder en 1983 del Partido Socialista Obrero Español constituyó un estímulo añadido, dado que ese partido se presentaba como abanderado de una antigua tradición educativa que se remontaba a sus orígenes y que había dado algunos frutos sugerentes durante la convulsa etapa de la II República. Fiel a esa tradición, el partido gobernante se embarcó en un ambicioso proceso de reforma, con un fuerte componente de compromiso social por la igualdad y la promoción de los sectores tradicionalmente desfavorecidos. Para fundamentar pedagógicamente la reforma educativa auspiciada por los socialistas, recurrieron a las corrientes más avanzadas en psicología y sociología de la educación. De forma especial, el cognitivismo y el aprendizaje constructivista y significativo se convirtieron en la piedra de toque de cualquier propuesta innovadora y los nombres de Ausubel, Novak y Vygotsky comenzaron a formar parte del vocabulario habitual de los educadores.

En esas estábamos los profesores, que además veíamos como los centros educativos se llenaban de alumnos, más que nunca antes en la historia de España, sin especiales selecciones previas. Al profesorado de filosofía le tocó en suerte impartir una nueva asignatura, la Ética, en principio como alternativa a la religión confesional, y más adelante como asignatura específica. Urgidos por las necesidades de renovación que planteaba la reforma y las que dimanaban del mismo cambio sociológico de la población estudiantil, más numerosa y con nuevas expectativas, todos sentíamos la necesidad de emprender una especie de conversión educativa para estar, como diría Machado, a la altura de las circunstancias. Desde luego que había un sector que ofrecía cierta resistencia al cambio, pretendiendo mantener lo que siempre se había hecho con ligeros retoques, pero era mayoritario el sector que quería introducir mejoras para adaptarse a las nuevas exigencias.

Una parte de este último sector fundamos una sociedad de profesores de filosofía de instituto, la SEPFI. Y desde esa plataforma iniciamos algunas actividades interesantes, incluyendo una publicación que con el tiempo se convertiría en una revista valiosa, Paideia, todavía en activo. Quizá lo más importante que hicimos entonces fue celebra un congreso al que acudieron más de 300 profesores de filosofía de todo el país, con muchas y muy interesantes propuestas de trabajo en las que se ofrecían nuevos modelos de enseñanza de la filosofía. A ese congreso invitamos a Matthew Lipman de quien habíamos tenido noticia gracias a una revista a la que nos habíamos suscrito como sociedad. Y su presencia en el congreso, donde impartió un seminario ayudado por Eugenio Echeverría, fue un revulsivo para algunas personas.

En el breve taller que dirigió, algunas personas vimos una nueva posibilidad. No se trataba solamente de que presentara la oferta de hacer filosofía con niños menores de 13 años. Eso desde luego era importante porque suponía una total ruptura con lo que había sido una consolidada tradición en España y en países próximos como Portugal, Italia o Francia en los que la filosofía siempre había estado en el bachillerato con un sólido prestigio. Pero también era importante el hecho de que nos mostrara una manera distinta de enseñar filosofía. De algún modo nos recordó que no sólo importaba qué enseñábamos, sino más todavía cómo lo enseñábamos, haciendo ver que los medios didácticos empleados debían ser coherentes con los fines que, teóricamente, le atribuíamos a la filosofía. Para quienes veíamos en esta una excelente oportunidad ofrecida a nuestros alumnos para desarrollar un pensamiento crítico, acorde con la apelación kantiana al atreverse a pensar por sí mismos, el programa de filosofía para niños suponía un auténtico modelo bien elaborado, con cantidad de materiales listos para ser utilizados en el aula.
Dicho y hecho
Visto lo visto en aquel congreso, algunas personas decidimos que merecía la pena probar. Y lo hicimos. Por un lado constituimos un incipiente grupo de trabajo que empezó a probar el programa en sus clases con una cierta coordinación en toda España. Por otra parte, se formó otro grupo en Cataluña, decidido a hacer lo mismo, pero en catalán; desde entonces han llevado una existencia separada del resto del país, aunque manteniendo buenas relaciones con todos. Tras esas pruebas iniciales, personalmente conseguí una beca para pasar un año en Montclair, adquiriendo una sólida formación en el programa. A la vuelta de aquella estancia, impartí un primer curso de formación dirigido a profesores de filosofía de bachillerato, organizado por la SEPFI. Fue allí donde se constituyó definitivamente un grupo estable decidido a formarse en el programa y a difundir esa forma claramente diferenciada de practicar la filosofía en el aula.

El hecho de que estuviéramos en un proceso de reforma educativa como el que mencionaba en el apartado anterior, facilitó mucho la tarea. En primer lugar porque había una sintonía de fondo entre el enfoque pedagógico de Filosofía para Niños y el que animaba a los coordinadores ministeriales de la reforma. En segundo lugar porque habían decidido organizar una potente red de centros de formación del profesorado para facilitar que se pudiera alcanzar esa renovación en los planteamientos docentes que exigía el nuevo enfoque educativo. Gracias a esa sintonía, encontramos apoyos cuando fuimos en busca de financiación para la organización de cursos de formación; al mismo tiempo, la red de centros de formación favorecía más todavía la exigencia, tan presente en el programa de Filosofía para Niños, de proporcionar al profesorado la formación necesaria para poder practicar la filosofía en el aula con niños y adolescentes.

Nuestra tarea se centró en atender todos los frentes necesarios. En primer lugar, una traducción, sin adaptaciones, de las novelas y los manuales. A continuación pasamos a organizar un sistema completo de formación del profesorado, partiendo del modelo que había sido diseñado por el IAPC en Montclair, que tan buenos resultados daba. Podemos decir que esos dos fueron los pilares básicos de nuestra actividad, pero estuvieron desde el primer momento acompañados por otras actividades igualmente importantes. Desde el primer momento constituimos un grupo organizado, primero dentro de la SEPFI, posteriormente como centro independiente, el Centro de filosofía para Niños, cuya principal misión consistía precisamente en mantener unidos, formando una comunidad de investigación, a todas las personas que nos íbamos implicando en el proceso. Procuramos también realizar un trabajo de investigación teórica, lo que dio pie a la publicación de una revista, Aprender a Pensar, en la que fueron apareciendo trabajos sugerentes que indagaban en los fundamentos teóricos del programa y en sus implicaciones prácticas. A la investigación teórica siguió, como no podía ser menos, una investigación sobre la aplicación del programa, intentando averiguar qué resultados se obtenían y en qué medida influía en el desarrollo de los estudiantes. Por último, fuimos coherentes con lo que el programa planteaba y asignamos a nuestro trabajo el mismo objetivo de poner en práctica un pensamiento crítico y creativo, es decir, fuimos elaborando materiales propios que nos permitían ir más allá de lo fijado inicialmente por el currículo de Lipman y sus colaboradores.

En un primer momento hubo que vencer algunas resistencias. El programa era novedoso y chocaba a una sólida comunidad de profesores de filosofía de instituto, un colectivo en el que había gente con sólida formación y muchos de ellos incluso con el doctorado en filosofía. Para bastantes ellos, insistir más en enseñar a filosofar que en enseñar filosofía suponía una degradación de la propia filosofía. Por otra parte, el profesorado de primaria, acostumbrado igualmente a una determinada imagen de la filosofía, no se sentía atraído por la posibilidad de hacer filosofía en el aula con sus alumnos. Un agravante añadido es que los filósofos de este país seguían anclados en una visión algo despectiva de la filosofía de Estados Unidos, y el pragmatismo no dejaba de ser para ellos una filosofía de segundo orden, dando continuidad a la negativa visión que en su momento manifestara Ortega y Gasset. Por último, el programa venía de Estados Unidos y eso era un demérito para muchos profesores progresistas, pues el gobierno de ese país había apoyado mucho a la dictadura de Franco. Lo malo es que era ese profesorado progresista el que mejor podía sintonizar con lo que el programa de Filosofía para Niños planteaba. Es por eso mismo por lo que con frecuencia insistíamos en la proximidad entre los planteamientos de Lipman y los de Freire, pues este último era un autor muy conocido y respetado en España.
Por otra parte, por avatares del destino, el programa se extendió en un primer momento entre el profesorado de secundaria y bachillerato, donde ya se enseñaba filosofía y ética. La entrada en primaria e infantil fue menor al principio, por una doble razón; su profesorado no acababa de captar el interés de la oferta y las personas que nos dedicábamos a la formación del profesorado procedíamos en su casi totalidad de la educación secundaria y el bachillerato, por lo que nuestra familiaridad con los problemas específicos de hacer filosofía con niños era menor. Las novelas de Harry, Lisa y Mark pronto estuvieron traducidas al castellano, gracias a la inestimable ayuda de un editor (José María de la Torre) que quiso arriesgar, aunque luego le salió bien la apuesta. Enseguida publicamos Pixie, y poco a poco fuimos publicando las demás, destinados a cursos inferiores. Eso sí, la Universidad prestó una atención desigual a lo que hacíamos. Recibimos algún apoyo de las escuelas de formación del profesorado, y en algunas de ellas Filosofía para Niños pasó a ser una asignatura ofertada al alumnado. Algo nos atendieron también las facultades de psicología. Nada o muy, muy, poco, nos atendieron las facultades de filosofía.

Hasta aquí hemos llegado

¿Qué podemos decir veinte años después? Sin lugar a dudas, que el balance es positivo, y basta con que repasemos lo logrado atendiendo a lo mencionado anteriormente.
En estos momentos está traducido al español al currículo completo de Lipman a excepción de Suki, que sigue esperando su momento. El esfuerzo ha sido enorme, tanto en la traducción como en la edición. Pero además se han elaborado ya bastantes materiales nuevos: una colección escolar en la editorial Siruela; una novela y su correspondiente manual para niños de primaria; una serie de novelas para al asignatura de ética de secundaria; un material para enseñar historia de la filosofía en el último curso de bachillerato. Además, el IREF, el centro catalán de filosofía para niños, ha elaborado diversos materiales. El más completo es el que ha elaborado con el nombre de proyecto Noria. Se trata de un buen currículo completo para infantil y primaria, con sus narraciones y manuales para el profesorado.
Todos estos materiales nuevos, por otra parte, tienen la enorme ventaja de haber sido elaborado por nosotros mismos, muchos más atentos al contexto cultural en el que se mueven nuestros niños y adolescentes. Por eso muestran una mejor adaptación a los rasgos culturales del país y permite además explorar nuevas vías que van más allá de lo inicialmente previsto por los fundadores del programa.
Y más cosas, como puede ser alguna novela, material audiovisual, relatos cortos… Y otros materiales que están en sintonía con Filosofía para Niños, pero con planteamientos diferenciados, como es el caso de los cuentos de Oscar Brenifier, las narraciones de Robert Fisher o la colección llamada Piruletas de Filosofía. El profesorado dispone así de un importante material que puede utilizar para aplicar la filosofía en el aula en todas las edades.  A eso habría que añadir la aparición de numerosas obras de divulgación filosófica que han aparecido en la última década. Atienden una demanda creciente de reflexión filosófica y, lo que es más importante, procurar transmitir los grandes problemas de la filosofía en un lenguaje exotérico, esto es, un lenguaje asequible al público general, al que se invita a reflexionar desde las tradicionales preguntas filosóficas sobre el bien, la verdad, la belleza y el sentido de la vida.

El Centro de Filosofía para Niños mantiene un buen nivel de actividad, a pesar de que  hemos tenido un período en el que hemos pasado por algunas dificultades. Desde luego no funcionamos por igual en todas partes; existe una actividad notable en Asturias, Galicia, Valencia y Madrid, siendo algo menor en otras partes de España (una vez más exceptuamos a Cataluña que sigue su propia dinámica). Organizamos cursos de formación con regularidad y encuentros anuales en los que podemos intercambiar experiencias y proseguir la discusión filosófica acerca de cuestiones relevantes para la educación en general y para la enseñanza de la filosofía en particular. El último encuentro nacional celebrado en El Escorial el pasado mes de marzo ha sido un gran éxito tanto en términos cuantitativos (asistentes y ponencias) como cualitativos (calidad el ambiente y de los trabajos presentados). Además hay un curso anual de referencia que se celebra en el mes de Julio en la Universidad Autónoma de Madrid con la que mantenemos un convenio de colaboración. Es un curso muy similar en todos los sentidos al que celebran en Mendhan en Agosto el equipo del IAPC.

La actividad del IREF es también muy grande, con especial dedicación a la elaboración de materiales y a la formación del profesorado. Ha ampliado los horizontes del trabajo la propuesta realizada por Angelica Satiro, bajo el título genérico de Crear Mundos. Junto con el programa Noria, ya mencionado, parte de las raíces comunes con todas las propuestas en torno a filosofía para niños, prestando una especial atención a la creatividad. Intenta, además, consolidar igualmente una red de formación que garantice una aplicación creativa de la propuesta pedagógica de Filosofía para Niños. Queda claro con todo lo dicho que ese nombre, Filosofia para Niños, no alude ya solamente al programa original desarrollado por Matthew Lipman y sus colaboradores, con sede en la Universidad estatal de Montclair, sino a una amplia corriente en la que hay una gran diversidad sin perder un profundo aire de familia.
Por otra parte mantenemos una relación fluida con las organizaciones internacionales para de ese modo proseguir a una escala global el intercambio de experiencias y reforzar nuestra dedicación al la actividad filosófica en las aulas. Somos miembros del IPCIC y también de Sophia, la organización europea de Centros de Filosofia para Niños y personas individuales que comparten el proyecto u otro similar. En ese marco colaboramos en algunos proyectos específicos que cuentan con sólido apoyo de instituciones europeas. Abriendo una nueva línea de trabajo, vamos a ampliar nuestra colaboración con los movimientos de renovación pedagógica de España, partiendo del supuesto que a todos nos anima el mismo objetivo de conseguir una transformación radical de las escuelas que contribuya a la transformación de la sociedad avanzando hacia una sociedad que se más democrática.

Es cierto que parece que se observa un cierto desánimo entre el profesorado de secundaria, cansado ya de reformas que no han ayudado a mejorar la calidad de la enseñanza y enfrentado a dificultades no previstas, derivadas en general de la presencia de numerosos adolescentes que no tienen una buena relación con al escuela y que no están dispuestos a asumir el esfuerzo que esta exige. Los profesores, algo quemados, parecen optar por una cierta quietud quejumbrosa en lugar de redoblar los esfuerzos para mejorar su propia didáctica, intentando adaptarse a un nuevo alumnado. Este  6 de abril se aprobaba la  tercera o cuarta reforma educativa, pero ya con expectativas mucho menos optimistas que las que hubo en la gestación de la reforma primera de los socialistas. Por el contrario, el interés del profesorado de primaria e infantil está en aumento, lo que exige que insistamos en esa línea de trabajo en nuestros cursos y en todo el trabajo que realizamos. No obstante, me parece incuestionable que el sistema educativo español está pasando un mal momento, del que son responsables todos los sectores que algo tienen que ver con la educación: familias, escuela, autoridades educativas administrativas y los propios alumnos. La actividad que mantenemos desde el Centro de Filosofía para Niños, en sus diferentes sedes, desde el IREF y desde el ámbito de Crear mundos es una apuesta optimista que es bien recibida por un apreciable sector del profesorado.

La evaluación del programa se ha realizado con solidez y hay datos que avalan que la práctica de la filosofía es beneficiosa para los estudiantes y también para sus profesores. Parece que hay mejoras cognitivas y también en las actitudes de cooperación entre las personas. Además hemos podido sacar adelante dos importantes obras teóricas en las que se profundiza en modelos de evaluación. Son dos propuestas bien diferentes, pero al mismo tiempo compatibles, y merecen la atención del profesorado y del alumnado. La que propone el grupo coordinado por mi mismo se atiene mas a los modelos estándar de investigación educativa; la que proponen Angélica Satiro y personas próximas es más útil para la dinámica en el aula, en la medida en que logra una implicaron del alumnado en su propia evaluación. Seguimos empeñados en esta exigencia de revisar lo que hacemos y los resultados que obtenemos, no tanto para poder apoyar en datos el programa a cuando intentamos ofrecérselo algún colegio o instituto, cuanto para ser coherente con la importancia que el propio programa concede a esta actividad evaluadora de nuestra práctica docente, recurriendo a metodologías de evaluación diversas y contando siempre con la implicación del propio alumnado en la tarea de evaluar lo que están haciendo en el aula.

Como no podía ser menos, nos movemos en un área de contraluces. O lo que es lo mismo, estamos presentes en muchas actividades  y en muchos sitios, que van desde las escuelas  y facultades de formación del profesorado hasta los centros de educación infantil. Hay sugerentes experiencias con niños conflictivos, algunos fuera del sistema educativo, y las hay también con presos y con personas que padecen algún trastorno de personalidad o mental. Lo bueno de todo ello es saber que el futuro podrá ser en parte como queremos que sea. Y nosotros algo habremos apartado en esas cuestiones.
FpN: el caso español.